jueves, 18 de febrero de 2010

Transiciones

"¿Qué nos impide salvar a nuestro planeta hoy en día?"

No es que te pida que te vuelvas el próximo presidente de Greenpeace y logres la paz ecológica universal. Hoy en día gozas de una variedad de adelantos tecnológicos que facilitan todas tus actividades en tu vida diaria. Ahora eres, como muchos otros pocos, beneficiados con diversidad de medios que otros no tienen. La conciencia de tu poder y tu influencia en la sociedad es, sin embargo, poca o nula. ¿Has llegado a pensar en las diferentes y pequeñas cosas que puedes hacer para lidiar con los problemas, en vez de que ignorarlos?

¡Ahora la situación ecológica del globo está peor que nunca, y nosotros, más que nadie, y por poseer los recursos de la comunicación, lo sabemos! Revistas, periódicos, grupos internacionales y hasta tu propia escuela se han puesto las pilas para dar su granito y (si se puede) su cubeta de arena, y han sumado esfuerzos para transformar a las palabras “sustentable” y “balance” en términos claves para nuestras vidas. Y, consciente o inconscientemente, tú y yo sabemos que han pagado un precio alto, que todo lo bueno e innovador tiene un costo: la pérdida de la comodidad. Perder lo que nos conviene hace dudar sobre lo que debemos hacer.

Queriéndolo o no, eres parte de una generación que nació en una época que entremezcla dos formas de vida. Primeramente, has sido criado por tus padres, quienes no tenían ni idea de lo que significaban palabras tales como “sustentable”, “calentamiento global” y “crisis ecológica”. ¡Si apenas sabían lo que era un celular! La sociedad de antes se encargaba de usar los recursos. En resumen: consumo, consumo, consumo. Después de un tiempo, cuando el mundo se iba internacionalizando, todos se dieron cuenta (¡por fin!) de que algo iba mal. Han pasado unas tres décadas desde que algunas investigaciones pusieran nerviosas a la comunidad científica y se levantara la voz contra los medios incorrectos que se empleaban para progresar. Y, también, hace unos cuantos años, se dieron cuenta de que las generaciones del futuro, y no las que habían causado todo, debían tener lo que al final de cuentas no habían tenido las personas de antes: información y conciencia. ¿De quién hablaban? Hablaban sobre nosotros, y nadie más.

Desgraciadamente, para cuando se dieron cuenta de esto, nosotros teníamos unos siete u ocho años. Habíamos experimentado ya las delicias de la inmoderación: derroche, mala administración de los recursos, una decadente explotación de la naturaleza. Y entonces, dan clic en el botón de reiniciar y te dicen: “Oye, ¿sabes qué? Aunque no te lo hayan dicho, no puedes dejar prendidas las luces, la basura debe ser dividida en reciclable o no reciclable, lo mejor es recolectar y mandar periódicos, latas y plástico a plantas donde las aceptan y pueden volver a procesarlas. Los autos son lo peor de lo peor, evítalos; busca formas de que te puedas bañar en cinco minutos, y con agua fría, porque la caliente necesita más energía del boiler…”. Y te cae el veinte de que tienes que cambiar tus hábitos, tu estilo de vida, tus reacciones, acciones y pensamiento. Te encuentras con el dilema de elegir entre el carro rojo descapotable con trescientos caballos de fuerza que querías o seguir la recomendación de “usar bicicletas, transporte urbano o un carro pequeño, pero eficiente”. Gastar el tiempo pensando en si es o no biodegradable un producto, en si la industria que lo fabricó está contaminando ríos o tierras, o si la compañía que tiene el champú con aroma floral no estará matando focas en el Ártico. Tienes un peso enorme sobre tus hombros y la responsabilidad de cuidar un planeta que otros habían pisoteado antes que tú. ¿Por qué nosotros? ¿Por qué no podemos hacer lo mismo que hacían las personas antes que nosotros, hace veinte años?

No hay respuesta para eso. No hay nada escrito y la verdad es que tienes todo el derecho de que te valga un comino todas esas exageraciones ambientalistas, y decidas que la comodidad debe ir encima de todo. Decidir usar los medios que se te dan para tu beneficio.

Otro grupo de personas, por otro lado, están aceptando el reto. Lograron pasar de esos hábitos nocivos a unos que equilibran su forma de ser y su forma de comunicarse. Usan los medios que tienen ahora para hacer de este un lugar mejor. Y se han arriesgado a quemarse al meter las manos al fuego por algo en lo que en verdad creen. Y aunque pierden lujos, ganan el privilegio de sentirse bien consigo mismos. Y creo que vale más una conciencia limpia que una vida de lujos diarios sin porvenir.

Fanny Esquivel

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