viernes, 19 de febrero de 2010

Miel y Leche

No tuve tiempo de recoger los restos de mi desayuno aquella mañana. Probablemente lo haría más tarde, pensé. Sentado frente al escritorio intentaba escribir algo en los pergaminos: algo que pudiera vender a los periódicos para conseguir una pequeña fortuna. Remojaba la pluma en el tintero aunque no pasaba de ahí, ni idea que surgiera de mi mente y se planteara en el papel. Pensé que caminar un rato sería de ayuda por lo que me puse mi casaca marrón y me dispuse a salir. Me detuve ante aquel cochambre sobre la mesa. Parecía que Maullidos había pasado por ahí. El pan, hecho moronas; la miel, despilfarrada por las sillas y la leche goteando desde la mesilla. “Lo mataré” pensaba mientras limpiaba el desastre que mi gato había causado. “No se da cuenta de nuestra pobre condición y se da el lujo de regar la comida por el suelo. No comerá esta noche”, murmuré. Después de terminar la tediosa tarea salí por el umbral y me encaminé por el sendero. Con suerte se me ocurriría algo. Veía mis pies sobre el empedrado camino mientras jugueteaban con las hojas rojizas que crujían al pasar sobre ellas. Me detuve frente al puesto de periódico y, después de rebuscar entre mis bolsillos, le pagué al chico encargado. Me senté en una banca para leer los anuncios cuando gotas sobre el documento advirtieron la lluvia que se avecinaba. “Creo que tendré que volver” Tomé el periódico como resguardo y corrí hacia el café de la esquina. Me acomodé cerca de la ventana y procedí a leer la primera plana: “Hadas en Cottingley”. No le tomé mucha importancia, le di vuelta a la página y ojeé unas cuantas noticias políticas y una sobre el ilusionista Houdini que se encontraba apantallando a las masas con sus más recientes actos. Increíblemente el gato se encontraba afuera cuando llegué a casa. Al parecer se había echado despavorido con la lluvia al no poder entrar. Su pelo se encontraba enmarañado, lleno de lodo y helechos. “Ahí estás, amigo. Gran tarea la que me diste”, el gato ronroneó entre mis pies. “Lambiscón, entremos ya”, le dije mientras abría la portezuela. Maullidos entró velozmente y se removió el agua del pelaje, corrió hasta la cocina y se trepó a la mesa. “Quítate, gato terco”. No se movía. Bajo su pata había un trozo de papel.

“Disculpa. Pasé por tu ventana cuando vi que había comida. Tomé un poco de miel y leche de la mesa. Ojalá no te moleste. No pude dejar las cosas en orden porque tu gato me tiro un gran susto y me tuve que ir”.

Tras terminar la nota me apresuré a la puerta de la cocina que se encontraba con llave. Nadie podría haber entrado. Parecía no haber lógica. Además ¿por qué esta persona no había aprovechado la situación para llevarse lo poco que me quedaba? ¿Por qué solo miel y leche? Miré al gato que salió corriendo por la ventana de la cocina y lo seguí por los matorrales continuos al patio. Cuando alcancé al animal solo pude ver la lucecilla apresurada perderse entre los árboles. Fuera lo que fuera comencé a dejarle comida en la ventana. No podía arriesgarme a que me maldijera por mi poca hospitalidad. Continué esta rutina por casi veinte días. Siempre el pequeño plato vacío era lo que conseguía recoger cada noche. Siguió todo igual hasta una semana en que aquel personaje pareció no volver. El gato siempre merodeando en los jardines me hacía pensar que era la razón de todo; él era el causante de la ausencia de mi desconocido invitado. Un día, mientras intentaba escribir algo en los pergaminos, lo escuché maullar con veracidad. Salí corriendo por la cocina y después me dirigí al patio. Tan solo recuerdo haber visto unas alas de monarca en su hocico volverse en polvos centelleantes. Entré en la cocina y vi aquella primera plana de las hadas. Aquella idea pareció volverse más una posibilidad que un juego de niñas. Tuve esa idea en mi cabeza pero para el crepúsculo se había desvanecido. Me preparé para recostarme cuando un movimiento casi automático me devolvió al estudio. Remojé la pluma en el tintero, medité un poco y comencé a redactar “¿Cómo saber si tienes hadas en el patio? Pregúntele a su gato. De seguro él ya lo sabe”.

Margarita

1 comentario:

  1. No sé si llegues a ver esto Magui. Pero me gustó, me gustó mucho. :)

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