viernes, 19 de febrero de 2010

Sobre Tacones en las Calles de Nueva York

-Sabía que tenía que usar los tenis color crema –me dije al caminar por la calle principal- Eres una tonta, Esmer –mis pasos se arqueaban entre las piedras del camino.

El viento frío del norte soplaba contra mis mejillas. Y las calles empedradas de Nueva York se extendían hasta el horizonte. Había sido un alivio llegar a la universidad tras subir las escaleras y pasar el umbral.

-Gracias por acompañarnos, Señorita Fazeli –el profesor remarcó mi llegada mientras garabateaba en el pizarrón.

-Lo siento mucho señor Gutiérrez -Detuvo la tiza sobre el muro oscuro y se giró

-Más vale tarde que nunca ¿No es así? –Suspiró- Por favor tome asiento

Yo me dirigí a un lugar alejado mientras el terminaba de escribir y se dirigía a la clase

-¿Qué te pasó, Esmy? –Luna me cuestionó al sentarme

-Creo que usar tacones es más difícil de lo que parece

-¿Y por qué te decidiste por usarlos?

-No lo sé. ¿Probar algo nuevo?

-Ah, ya entiendo –me miró con picardía y me sonrió

-¿Qué?

-¿Volviste con Jonathan?

-¡No! –chillé en bajo.

-¿Entonces es Daniel? –Ella decía que haríamos bonita pareja.

-No es nadie, te lo aseguro. Siempre con tus conclusiones extrañas.

-Pero si jamás usas tacones ¿Qué otra cosa podría ser?

-Nada… –la campana sonó. Me apresuré a la salida

-No tan rápido, Fazeli –el profesor me entregó una pequeña papeleta amarillenta

Dejé escapar un exhalación de disgusto –Detención

Para las 4:37 me veía saliendo del edificio cuando una voz me llamó desde lejos

-¿Qué haces aquí, Esmer? –Era Jonathan

-Detención

-¿Y qué hiciste? –me reprochó en forma de broma

-Llegué tarde. Andar en tacones no es lo mío –sonreí apenada. Él chasqueó. Intenté mover mis arqueadas piernas –Será mejor que me vaya

-¿No podíamos charlar un rato?

-¿Perdón?

-Ya sabes –sonrió- Tomar un café…

-No estoy segura –le aseguré- Debo llegar a casa. Tendremos visitas y—-

-Solo iremos a la cafetería –interrumpió- No nos tomaremos mucho tiempo ¿Qué dices?

Después de su insistencia de tan solo cinco minutos acepté y nos dirigimos por las aulas hasta la cafetería.

Pedimos un café y nos sentamos en un lugar alejado del alumnado

-Necesito de tu ayuda –no vaciló ni un segundo mientras sacaba un libro viejo- ¿Me ayudarías con química?

-¿Era eso?

-¿Qué otra cosa podría ser?

-Nada. Es solo que esperaba algo peor… No importa. ¿Qué es lo que no entiendes –él abrió el libro y me mostró unos problemas…

8:43 fue la hora en que me vi saliendo de la cafetería. La familia Manzur ya se encontraría en casa esperándome. La razón de mis tacones se centraba en aquella familia hindú y ya iba tarde a la reunión. Todo un día de sufrir para mis pies y nada. No podía imaginar lo molesta que estaría mi madre y de lo mal que quedaría con las visitas pero creo que podría decir que fue todo culpa del profesor Gutiérrez. Jonathan y yo nos habíamos despedido en la esquina con un abrazo y ahora me encontraba rodeada del ruido del tráfico y el frío viento del invierno.

-Bien, creo que será mejor que me apresure –me dije en la estación del metro revisando las rutas- creo que esta será mejor…

Busqué la parada número 3 y al abrirse las puertas eléctricas me acomodé sobre una banca cerca de la entrada. Situé la bolsa sobre mis piernas y esperé para que la maquinaria avanzara. Frente a mi asiento se encontraba un hombre leyendo el periódico que durante todo el viaje no cambio las páginas. Me pareció extraño aunque no le tome importancia.

Al llegar a la siguiente estación me apresuré y salí a toda velocidad. Con suerte alcanzaría un taxi.

Los tacones de mis zapatos eran el único eco en las calles desiertas del vecindario mientras recordaba que ya estaría en camino a casa –Si hubiera corrido le hubiera ganado el taxi a ese fantoche empresario- El sonido del tráfico lejano era lo que me recordaba que estaba en la ciudad –Estúpidos tacones—-

Turbiamente las luces mercuriales alumbraban el camino desolado cuando logré distinguir una sombra lejana en el callejón. Cambié de rumbo disimuladamente y continúe mi regreso a casa. Parecía que me había librado cuando lo vi acercarse por delante.

-Te vi en el metro –me dijo despreocupadamente. Me giré y apresuré el paso. Le estaría dando la espalda pero ¿Hacía donde más podría correr?

- ¿Pero qué hace una hermosura como tú en un lugar como este? ¿No estarás perdida?

-Déjeme en paz –intentaba correr pero el miedo me paralizaba.

-¿No me das tu número? –reía por lo bajo-y yo saqué un pequeño botecillo de la bolsa.

Continuó con ese coqueteo depravado por todo el camino pero siempre sin acercarse.

-Señor, no lo quiero lastimar pero deje decirle que sé Karate.

Río burlonamente- Creo que no debería meterme con usted.

-Se lo advierto –comencé una caminata de brinquitos y golpeteos en el pavimento cuando sentí una mano sobre mi hombro. Mi reflejo fue el de rociarle la pimienta en polvo pero él fue más rápido y se cubrió la cara.

Decidí salir corriendo hacía donde los carros circulaban. Frené en la banqueta y giré a mi derecha, bajo las luces ámbar del camino. Giré por un nuevo callejón hacia los condominios de mi vecindario. Me acercaba a mi apartamento cuando un crujido irrumpió en aquel silencio y caí en un charco. Chillé de dolor -¡Malditos tacones!

Sentí los pasos de aquel desconocidos acercarse – ¡Déjeme sola!- aquel hombre me tomó en brazos y me alzó.

-¡Esmy, soy yo! Tranquila –abrí mis ojos a ver a mi supuesto atacante.

-¿Denzel? ¿Qué haces aquí? –el tocía por la poca pimienta que había respirado.

-Te seguí por un momento en la estación y cuando vi que entrabas a estos callejones decidí cuidarte

-Eres un imbécil, ¿lo sabes?

Rompió en risotadas –si eso lo sé. Pero si tú te caes corriendo, te ganas el premio…

-¿Es que cómo te atreves a asustarme así? Con tantos casos de secuestros y—-

-Lo siento. Es que quería ver tu reacción.

-Bueno pues ya lo hiciste. Ahora déjame en paz.

-Imposible –me tomó del brazo hablando como galán- te voy a escoltar hasta tu casa.

Exhalé –Bueno -Ya no quería perder más tiempo convenciéndolo de lo contrario por lo que acepté a que me acompañara.

A las 9:20 me encontré fuera de mi casa con los zapatos en la mano (rotos)

-Te lo agradezco, Denzel.

-No hay problema -Me dijo mientras bajaba las escaleras del edificio- ¡Ay! Se me olvidaba.

-¿Qué pasa?

-Prométeme que después me enseñaras Karate ¿sí?

-Idiota –él se rio.

Tras cerrar la puerta mi madre salió inquietada. -¿Dónde estabas Esmer Fazeli? Me temías tan preocupada…

-Lo siento, madre. Pero es que andar en tacones no es lo mío.

Margarita Ortiz

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